El resto de la noche pasó en completa calma. Al levantarse, al monje le bastó con tocarnos y examinarnos a las dos y como se iba a decir su misa, volvimos al serrallo. La jefa no pudo impedir desearme, suponiendo que yo me encontraba en estado de excitación. Incapaz yo de defenderme, de tan agotada como estaba, hizo conmigo lo que quiso, y fue suficiente para convencerme de que incluso una mujer, en semejante escuela, pierde en seguida toda la delicadeza y compostura de su sexo, y acaba por convertirse, siguiendo el ejemplo de sus tiranos, en una obscena o una cruel.
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